21 julio, 2008

UN CUENTO PRODUCIDO EN EL TALLER DE VERANO



Los robots

Saben, nunca había soñado tan feo y sólo pensarlo mi piel se me pone chinita. Recuerdo que yo vivía en un pueblo llamado Villa Hidalgo. Toda la gente corría y mi familia empezaba a llegar a casa de mi abuela, yo veía las caras de todas las personas, a la vez daban miedo. A lo lejos se escuchaban cañones y a veces la tierra temblaba. Mi papá me tomó del brazo y juntos empezamos a correr hacia la vivienda de mi nana, para escondernos pues su casa era enorme y con grandes corrales.

Al llegar, mi papi se marchó y veía cómo mamá lloraba. Yo estaba muy pequeña y no entendía lo que ocurría pero sabía que estaban sufriendo. Escuché a mi abuela y a mí tía comentar que habían llegado unos grandes robots y que estaban matando a la gente, que por eso mi papá se había ido porque todos los hombres estaban peleando contra ellos. Los sonidos y los gritos de la gente se escuchaban más cercanos y mi nana nos llevó al corral para que nos escondiéramos y así nos quedamos solos.
Estaba tan asustada que salí corriendo a buscar a mamá. Al llegar vi tanta matanza y en la calle corría un pequeño arroyito de sangre que venía desde arriba, pues mi casa está bajando una inmensa cuesta. Escuché a papá gritar y al voltear hacia él vi que un robot lo estaba rebanando en pedacitos. Empecé a gritar ¡papá! y los mayores me llevaron donde se encontraban los demás y atrás de nosotros nos seguían unos robots pues nos vieron cuando entramos.
Cuando nos buscaban, nos metimos por un túnel que llevaba a otro corral lleno de ramas y nos ocultamos como pudimos. A la vez veíamos cómo la gente moría y los niños lloraban, pero sin compasión, los mataban. Esas máquinas nos seguían buscando y un primito empezó a llorar porque se había cortado con alguna enredadera y como el gallinero daba hacia la calle, los robots lo escucharon y empezaron a tumbar las ramas, pero eran tantas que donde sea podías ocultarte. Todos teníamos miedo pero aún así no nos pudieron encontrar.

De repente me encontraba en mi casa y escuchaba a papá que me gritaba. Mis ojos se llenaron de felicidad y corrí hacia él. Cuando entré a su recámara lo vi arriba de un respaldo de cama, pues mi padre no tenía pies y cabeza, era solamente su pecho, aún así podía hablar. Mi alegría se volvió tristeza al verlo y mis lágrimas empezaron a salir. Me preguntaba ¿Por qué? El sólo me decía que parara de llorar, que sólo había regresado para decirme que no tuviera miedo, que siempre estaría conmigo porque yo era su niña consentida. Al momento mamá entró y me llevó hacia fuera. Yo no quería dejar lo poco que quedaba de mi santo padre, ¡pues él había dado la vida por nosotros!. Cuando a lo lejos se escuchaba una voz que se hacía más y más cercana, era la de mi madre y me decía “levántate, mi niña”.
Abrí mis ojos al poco tiempo y abracé fuertemente a mi mamá. Me tomó en sus brazos y así nos marchamos a su cuarto. Al ver a mi papá, se me salieron las lágrimas. Nunca había sentido tanta alegría, no dejé de abrazarlo y decirle “yo también te quiero, papito”.
Karina Velarde Celaya

No hay comentarios: